Cada carta, salvo el Loco, está marcada por un número; conocer su significado ayuda a interpretarlas. El Tarot utiliza la numeración romana antigua, pero, para penetrar en la esencia de los números, estudiaremos básicamente aquéllos con los que nos movemos actualmente: los árabes. Observemos en primer lugar el trazo que distingue a cada número y obtendremos los primeros datos. Resalta que unos tengan líneas rectas preferiblemente en su configuración, mientras que otros eligen las curvas o aun un trazo mixto. Así, los números adquieren simbólicamente tendencias femeninas en las curvas, o masculinas en las rectas, además de andróginas, como en el caso del 2 o del 5. Por otra parte, el círculo se asocia tradicionalmente con el espíritu, el semicírculo con el alma, y la cruz o unión de dos rectas, es alegoría del cuerpo. Los símbolos de los planetas se configuran también a partir de esos caracteres, combinándolos entre sí. Así los hallamos en ciertos tarots y, hasta el mismo alfabeto, está configurado por una serie de signos en que se reconocen perfectamente rasgos curvos, rectos o mixtos. O por decirlo de otra manera: femeninos, masculinos o andróginos.








Desde el 0 hasta el 9, todos son signos distintos aunque con formas comunes o parecidas entre sí, igual que ocurre con los símbolos planetarios y con las imágenes del Tarot. Con el 10 se retorna a la unidad como en un nuevo ciclo del 1; con el 20, a la dualidad, con el 30 a la trinidad… pero, a partir del 10, cada número es una combinación de dos cifras que ya conocimos antes, por eso hablaremos de las nueve primeras cifras además del 0 absoluto. Cada una aporta diferente información según su aspecto, y su paridad o disparidad, también, revelan importantes datos acerca de su significado.

CERO
El huevo universal. Matriz primera de donde todo sale, así como nace la luz de la oscuridad y el origen de la vida reside en el caos antes que en el orden. La Nada de donde el Todo surge. Partir de cero. El instinto creador inconsciente...
UNO
El principio creador masculino, el falo, el espermatozoide, el Yan. La capacidad de dar. La creación consciente. La voluntad. El punto de partida lógico. El comienzo de algo a partir de uno mismo. La acción. La unidad, lo único e indivisible, el individuo
DOS
El principio gestante femenino, el útero, el óvulo, el Ying. La capacidad de recibir y contener, así como de partir y repartir. La memoria, la intuición, el sentimiento creador. El comienzo de algo a partir de dos. La espera. La reacción. La tensión que lleva a la búsqueda del equilibrio. Guerra y paz. Los opuestos, la pareja, oposición y complemento...
TRES
El proceso creador, fruto de la unión de los opuestos y del vínculo entre voluntad y sentimiento. La creación en sí misma. El puente entre mundos enfrentados. La imaginación creadora. Lo neutro, el punto medio de equilibrio. La armonía, el encanto, la gracia, el don...
CUATRO
El fruto, el producto, el hijo, el creador creado. El espacio, el mundo tangible, material, el cuerpo, las cuatro extremidades. La ubicación, los puntos cardinales, las cuatro paredes, la cruz, el encasillamiento. La organización, el orden, la estabilidad, el poder. La razón, la voluntad por antonomasia, la terquedad, la constancia, el método, la practicidad...
CINCO
El entorno, las raíces, la familia, el individuo como parte de un colectivo y contactando con éste. La conciencia. El tejado, el techo abierto al cielo, la puerta, la ventana, el puente que conecta el interior con el exterior. La comunicación, el pensamiento la palabra. La inquietud creadora...
SEIS
La llamada, la encrucijada, la elección, el trabajo, el sacrificio, la renuncia, la vocación, el crecimiento, la aventura propia. La atracción de los opuestos, la creatividad compartida. La emoción, la sensación, el amor, el libre albedrío, el disfrute, la confianza...
SIETE
La decisión, el coraje, el valor, la perspicacia, la sagacidad, la penetración en las cosas. La estrategia, la autodisciplina, la voluntad de actuar por uno mismo. El dominio, la ambición, la independencia, el individualismo, la rebeldía, la originalidad, la conquista...
OCHO
La prueba, el examen, la compensación de las cosas. Las formas y normas, la justicia, la ley y el orden por antonomasia, así como el equilibrio, la estabilidad, la quietud, la serenidad. El acuerdo, la responsabilidad compartida, el compromiso...
NUEVE
La meta, los fines y principios propios, las aspiraciones, los ideales. La filosofía, la experiencia, la sabiduría. El final de un camino y su abandono, la consecución, la llegada, la soledad. La duda, el escepticismo. El desapego, el desprendimiento, la filantropía.
Números doblemente pares, pares e impares: Uno, dos y tres, forman el triángulo, la base, el plano sobre el que se asienta y construye el mundo y el resto de los números, pero, en estos otros, conviene tener en cuenta también su indivisibilidad o su paridad. Un número que puede dividirse en dos partes iguales, y así hasta llegar a la unidad, nunca tendrá el mismo sentido esotérico que el que se queda a medio camino de aquélla, o que ese otro al que resulta imposible partirse en dos mitades enteras e idénticas entre sí.

Ejemplo del primer caso (doblemente pares): 16= 8+8 -> 8= 4+4 -> 4 = 2+2, y 2 = 1+1. En general aluden al orden, ley, partición, justicia, equilibrio… Pero, al formarse por dos partes pares e iguales entre sí, no son tan creativos o activos como los pares simples o los impares.

Ejemplo del segundo caso (sólo pares): 12 = 6+6 -> 6 = 3+3. Aunque de valores similares a los anteriores, pues los generan dos partes también iguales, su partición acaba antes de llegar a la unidad y siempre en impar, por lo que tienen menos resaltadas aquéllas cualidades pero, participan ya del elemento creativo y activo de los impares.

Ejemplo del tercer caso (impares): 11 = 5 + 6. Cualquier número primo que no puede dividirse en dos mitades enteras y que lo hace en dos partes desiguales entre sí. Al igual que el 11, y más aún, el 7 o el propio 1, estos números se asocian a la creatividad, a la individualidad, a la acción y a todo lo que requiere de principios opuestos, sexuales, diferentes, para realizarse.







Para sus letras/números, salvo en el caso del 100 y del 500, asociados a la C y la D, Roma usaba sólo líneas rectas, masculinas, que son las que marcan cada una de las cartas del Tarot. Pero en los signos romanos, además, siempre se introducen cambios substanciales cada cuatro o cinco números:

I,     II,     III,     IIII o IV,     V,     VI,     VII,     VIII,     VIIII o IX,     X...

Hasta el V, únicamente se suceden una serie de líneas rectas, paralelas, que nunca llegan a tocarse. El cuatro pasó más tarde a representarse como una I y una V, preludio del mismo 5 designado con la V, primera cifra formada por dos rectas convergentes que anuncian lo que será, tras otros cinco dígitos más, el diez: X, un aspa, una cruz o dos V unidas por su vértice. En todos los casos vemos que alrededor del cinco, de la V, giran todos los números, siendo el uno la unidad fundamental, y el cuatro, el signo que presagia el cambio. Con éste último, la línea recta, la unidad, es rebasada y postergada por la V, y en el VI, sucede al revés y el sentido es distinto. Como si se iniciase con ello otro ciclo que se modificará a su vez con la llegada de la X del diez, del quince (XV), del veinte (XX); y así sucesivamente, hasta la L del cincuenta, la C del cien o la M del mil, donde hay además otras transformaciones substanciales. Nada rompe el período regular del IV y del V: A partir del uno, cada cuatro o cinco dígitos, siempre hay sucesivas metamorfosis.