El primer mes del año fue consagrado por Roma a Jano, dios de la luz y del Sol en su origen, parejo al Apolo griego y contrapartida masculina de Jana (Diana, la Artemisa o diosa lunar griega). Su santuario tenía doble arcada y él mismo era representado con dos cabezas o doble faz: una cara miraba adelante, y la otra, hacia atrás. Jano presidía así todo inicio y final de situación, todo lo que abre y cierra, todo lo que entra y sale, todo lo que empieza y acaba... Su poder alcanzaba y se extendía a todas las puertas, y su fiesta principal, Kalendae Januariae, tenía lugar el primer día del año. De modo similar a lo que solemos hacer ahora por Navidad y hasta que llega el 6 de enero con los Reyes Magos, los romanos adornaban el día 1 de este mes sus casas con ramas de árboles, sobre todo de laurel, planta emblemática de la victoria y del triunfo a la que también se le suponía acción contra males y hechizos, y que servía además como mágico envoltorio de los regalos y golosinas que amigos y familiares intercambiaban ese día para expresar sus deseos de paz y prosperidad en el año que nacía. Ofrendas que, no obstante, podían repetirse también el día 1 de cada mes pues Jano, portero celeste y llave divina, abría todo ciclo así como cada amanecer y su correspondiente ocaso. Enero (Januarius) debe su nombre a Jano que, a su vez, deriva de ianua (puertas en arco). Hora es, en todo caso, de pedir al Sol que nos ilumine en 2023 y que éste nos sea más propicio de lo que ha sido el 2022. Feliz año nuevo…
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